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Luis Ramiro Beltrán, pensador canónico de la Comunicación latinoamericana

Por Erick R. Torrico Villanueva

Inicialmente, permítanme agradecer a la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba y a la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación por brindarme esta privilegiada oportunidad de referirme a aspectos de la vida y la obra del Dr. Luis Ramiro Beltrán Salmón, verdadero amigo, maestro y ejemplo.

Don Luis Ramiro Beltrán Salmón es, sin duda alguna, el mayor pensador boliviano de la Comunicación y el abanderado indiscutible de la utopía latinoamericana de la comunicación para el desarrollo democrático con justicia social y soberanía.

Sus cuestionamientos, sus indagaciones, sus reflexiones y sus planteamientos para el cambio inauguraron y alentaron fundamentales puntos de quiebre en las estructuras conceptuales, académicas, profesionales, políticas e institucionales relacionadas con los procesos comunicacionales no sólo en los espacios académicos y gubernamentales de nuestra región sino en el seno de la universidad estadounidense y también dentro de ámbitos mayores como los de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, la Cultura y la Comunicación (UNESCO), el Movimiento de Países No Alineados o la cooperación internacional para el desarrollo.

Su prolífico trabajo de análisis, denuncia, proposición y asesoramiento le convirtió ya a mediados de la década de 1970 en un autor referencial, calidad con la que se mantiene a pesar de los años transcurridos y de que, infelizmente, ya no se encuentre entre nosotros.

El Dr. Beltrán es, pues, un clásico de la Comunicación en América Latina en el sentido de que los basamentos que estableció para el pensamiento especializado en nuestra área permanecen como orientación de la labor investigativa y de la acción estratégica comunicacionales, razón por la que no sólo son citados de manera recurrente sino además son aplicados, discutidos y actualizados de forma periódica por estudiosos y expertos de nuestro campo.

Como él mismo cuenta en el relato autobiográfico de sus primeros 25 años, su vocación provino de la herencia de sus padres, los periodistas Luis Humberto Beltrán y Betshabé Salmón, pero sobre todo fue alentada por su madre, a quien le unió un profundo amor que llegó a lo inconmensurable luego de que la guerra boliviano-paraguaya se llevara a su padre a fines de 1933 y de que su único hermano, Oscar Marcel, falleciera en un accidente en 1945.

Luis Ramiro Beltrán Salmón comenzó a trabajar como reportero ad honorem a los 12 años de edad. Fue en el diario “La Patria” de Oruro, su ciudad natal; dos años más tarde fue nombrado jefe de reporteros del diario “Sajama”, allá mismo, y la Asociación de Periodistas de Oruro lo aceptó como miembro a sus 15 años.

Su madre logró conseguirle una beca de estudios en el Instituto Americano, un colegio metodista, de la ciudad de La Paz, a donde se trasladó a inicios de 1946. Ese mismo año fue elegido como representante estudiantil para participar en un viaje de 6 semanas a los Estados Unidos de Norteamérica donde el “New York Herald Tribune” organizó un foro para estudiantes de secundaria de Latinoamérica.

Esa experiencia le dejó una huella indeleble y le permitió alternar, con sólo 17 años de edad, con el político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, con el millonario estadounidense Nelson Rockefeller y con la célebre actriz sueca Ingrid Bergman, de quien siempre dijo haber quedado prendado…, hasta le escribió una carta de amor que nunca fue enviada.

Mientras concluía sus estudios escolares, Luis Ramiro Beltrán continuó desempeñándose como corresponsal del periódico “La Patria” y en febrero de 1948, año en que iría a finalizar su bachillerato, fue contratado como reportero de “La Razón”, uno de los más grandes diarios de Bolivia que se publicaba en La Paz en ese tiempo, hecho que él consideró “la entrada al paraíso”. Paralelamente se desenvolvió como corresponsal del periódico estadounidense “Chicago Tribune” y de la revista mexicana “Tiempo” y a inicios de 1951, junto con un grupo de colegas, empezó a publicar el semanario humorístico y picaresco “Momento”, que alcanzó gran éxito los domingos.

“La Razón” fue clausurada tras la revolución nacionalista de abril de 1952 y “Momento” tampoco pudo sostenerse más allá de septiembre de ese año. Luis Ramiro Beltrán halló empleo como oficial de Relaciones Públicas de la aerolínea Panamerican Grace Airways e incursionó como guionista cinematográfico, hasta que en septiembre de 1954, por recomendación de una compañera de colegio, fue visitado por un funcionario del Servicio Interamericano de Agricultura que le ofreció un puesto en información en extensión agrícola, lo que le conduciría posteriormente al mundo de la comunicación para el desarrollo.

Beneficiado con una beca para profundizar en esa materia en Puerto Rico, pasó más tarde otros varios cursos en diferentes ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica, especializándose en manejo de medios para la educación agrícola. Un año después el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA), dependiente de la Organización de Estados Americanos, le encomendó el cargo de Especialista en Información, en La Paz.

Aunque había intentado dos veces estudiar Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, sus esfuerzos resultaron infructuosos debido a sus intensas actividades en el periodismo. Sin embargo, concretó su formación como resultado de su labor de 10 años en el IICA, que le llevó a la Universidad del Estado de Michigan, donde obtuvo su maestría y su doctorado en Comunicación y Sociología en 1968 y 1972, respectivamente.

Así, Luis Ramiro Beltrán pasó de las salas de redacción periodística al territorio de una academia convencional y etnocentrada que nunca imaginó que iría a revolucionar. Como ejemplo de esto, la incidencia del comunicólogo boliviano en el campo comunicacional en general y en su propio pensamiento fue admitida públicamente por sus dos célebres directores de tesis de maestría, Everett Rogers, y de doctorado, David Berlo. Ello le valió asimismo ser el primer mercedor del premio McLuhan Teleglobe-Canadá en 1983, considerado en ese momento un equivalente del premio Nobel en el área de la Comunicación y al que ese mismo año habían sido postulados Wilbur Schramm y Umberto Eco.

Si sus tareas como periodista le hicieron conocer la realidad urbana de su ciudad y su país, su vinculación con el cine le posibilitó encontrarse con la marginalidad campesina de Bolivia. Pero fueron su papel en el IICA –por el que viajó a lo largo y ancho de toda la región– como también su estancia de estudios en Michigan el detonante de su interés por la situación dependiente latinoamericana, interés que reafirmó cuando se desempeñó como Consejero Regional de Comunicación de la UNESCO para América Latina.

Como sabemos, prácticamente desde que fue integrada al mundo conocido a partir de 1492, nuestra región afronta una compleja circunstancia de subordinación, limitaciones y desigualdades que se mantiene como un desafío y que no puede sino convocar a la rebeldía creativa permanente en los más diversos planos de la vida colectiva, y en el comunicacional por supuesto. Y de eso es de lo que trata el pensamiento crítico del doctor Beltrán, un pensamiento que nunca se redujo al maniqueísmo simplificador, que era capaz de escudriñar las diferentes aristas de cada problema y que tenía la virtud de la reflexividad y la consiguiente autoevaluación.

Hace apenas cuatro decenios que don Luis Ramiro estuvo en la vanguardia de un movimiento intelectual que llamó a remover las estructuras de la incomunicación y la dependencia, que planteó la redefinición del desarrollo desde una concepción humanista, que subvirtió las ideas verticalistas dominantes sobre el proceso comunicacional, que postuló el diálogo democratizador, que develó las estrecheces metodológicas del empirismo a ultranza y que fue precursor de lo que hoy reconocemos como un nuevo frente de lucha: el de la emancipación epistemológica.

Fueron los años setenta del recién pasado siglo veinte, conocidos como la “década de fuego”, el lapso en que América Latina se nutrió de insubordinación. Aquí, en nuestro subcontinente, se vivió la emergencia de la Teología de la Liberación, la Pedagogía del Oprimido, la Filosofía de la Liberación que floreció aquí en Córdoba, la Teoría de la Dependencia y, en lo que nos atañe directamente, de la Comunicología de Liberación, una propuesta enarbolada por Luis Ramiro Beltrán sobre la que volveré más adelante.

Así, a las demandas sudamericanas en pro de la democracia política y de la justicia social, a los procesos revolucionarios anti-oligárquicos de Centroamérica y a la denuncia general del desarrollismo y del intervencionismo estadounidense hoy redivivos, a su modo, se sumó un vasto despliegue del pensar crítico que por ese mismo tiempo iría a provocar grandes discusiones, decisiones y resistencias en torno a temas cruciales como lo fueron el del Nuevo Orden Informativo Internacional y el de las Políticas Nacionales de Comunicación, y en los cuales estuvo directamente involucrado el espíritu analítico, comprometido y propositivo de don Luis Ramiro.

Toda esa dinámica, que agitó intensamente las aguas tanto de las relaciones internacionales y de los organismos multilaterales como las de los Estados entonces autoritarios de Latinoamérica, estaba orientada al final de cuentas a remecer el modelo de desarrollo establecido a la medida de los intereses de las principales potencias del capitalismo y de las empresas transnacionales más tarde convertidas en corporaciones globales.

Pero, ¿qué quedo de todo ello? Probablemente los pasos dados hacia la vigencia efectiva de los derechos, individuales y colectivos, las enseñanzas de las derrotas políticas que se sufrió y los ánimos para reemprender la batalla todas las veces que sea necesario.

El diagnóstico de los resultados alcanzados en todo ese tiempo de luchas, denuncias y proposiciones no es ciertamente muy alentador, pues las democracias reconstituidas o inauguradas acabaron vaciándose de contenido, los avances de los movimientos populares terminaron siendo reabsorbidos por las estructuras del poder, la concentración de la riqueza siguió un camino muy distante del de los ideales redistributivos, el desarrollo no abandonó su preocupación por el puro crecimiento económico de base primordialmente extractivista y la comunicación se reafirmó en su unilateralidad y comercialismo predominantes pese a la ilusión democratizante de las llamadas “nuevas tecnologías”.

Es claro que, como dijo Luis Ramiro Beltrán hace unos años, todavía “el sueño está en la nevera”, es decir, que el debate fundado y la posibilidad de la realización práctica de la utopía crítica del desarrollo democrático con justicia social han sido puestos internacionalmente en la congeladora.

De ahí la actualidad de los planteamientos que él hizo y en su momento impactaron con su originalidad, agudeza y pertinencia en las acartonadas y conservadoras estanterías de la academia occidental, en las propias políticas públicas del Tercer Mundo y en la mentalidad jerarquizadora de la cooperación internacional y las organizaciones multilaterales, actualidad que se traduce ahora en el hecho de que esos planteos vuelvan a alzarse como un fundamento necesario para examinar el presente y formular alternativas válidas en pro de los ideales justicieros para la región en el mundo y para los diferentes pueblos en el interior de la región.

La obra de don Luis Ramiro es multidimensional en al menos dos sentidos: primero, porque aporta desde la mirada comunicacional una potencialidad útil para entender y proyectar los más variados planos de la realidad latinoamericana: el social, el cultural, el histórico, el económico, el político y el tecnológico; y, segundo, porque abarca distintos niveles de los fundamentos y la práctica de un profesional de la Comunicación: el análisis, la teoría, la crítica, la propuesta, la producción y la orientación, que él resumía en tres grandes dimensiones de la actuación comunicacional: la del artista, la del científico y la del estratega.

Puede decirse que esa obra siguió una trayectoria en la que es dable identificar tres etapas: a) de la crítica, b) de la autocrítica y c) de la propuesta, las cuales, para su mejor comprensión, deben ser transversalizadas de manera necesaria por sus tres grandes preocupaciones temáticas: las relaciones entre comunicación y desarrollo, la comunicación en vínculo con la democracia y la investigación especializada de la comunicación.

La etapa crítica de Luis Ramiro Beltrán es la que pone los cimientos de todo lo demás y principia con su tesis doctoral que problematiza el dilema entre una comunicación reproductora del statu quo y otra promotora del desarrollo nacional. Es entonces cuando lanza un triple reto: cambiar el modelo de desarrollo, cambiar el modelo de comunicación y cambiar, por último, el enfoque difusionista de la denominada “comunicación para el desarrollo”. Esto implicaba superar el reduccionismo del crecimiento económico, superar el monólogo dominante de los emisores y superar la concepción del etnocentrismo civilizatorio occidental junto a su vocación persuasora y buscadora de efectos.

La etapa autocrítica remite a la pionera evaluación de la práctica investigativa latinoamericana que efectuó Beltrán desde 1974. En este ámbito advirtió inicialmente sobre el riesgo de que los investigadores de la región quedaran atrapados en el dogma de una ciencia libre de juicios de valor o más bien en el de la ideologización radical carente de rigor, sugiriendo por tanto que de lo que se trataba era de evitar esas “anteojeras” o “vendas” conjugando el recurso riguroso a la teoría y el método con el compromiso para cambiar las estructuras de la desigualdad. Poco después (1976) llamó la atención sobre la “influencia general de los modelos foráneos” –léase de los Estados Unidos de Norteamérica– en la investigación latinoamericana de la comunicación, cuya expresión directa halló en las premisas teóricas, los objetos de estudio y los métodos de recolección de datos utilizados predominantemente en la región. Y ya a inicios de la década de 1980, en una nueva evaluación del estado y las perspectivas de la investigación comunicacional en América Latina, insistió en la crítica del carácter decisivo que asumía la influencia de los modelos estadounidenses en las investigaciones de los latinoamericanos dada la evidente “falta de un marco conceptual propio” y la cómoda “adopción de metodologías extra-regionales”.

Y en la etapa de la propuesta –él subrayaba siempre que no debía haber “protesta sin propuesta”– intervino proactivamente en la ideación, definición y caracterización de las Políticas Nacionales de Comunicación que la UNESCO incorporó en su plataforma de debates a mediados del decenio de 1970. Asimismo, fue partícipe protagónico en el proceso de planteamiento del democratizador Nuevo Orden Informativo Internacional, convertido años más tarde en Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación y neutralizado casi de inmediato por las potencias del Norte capitalista que lo consideraron una “maniobra y un peligro comunista” en el marco de la “Guerra Fría”.

Pero Beltrán caló también muy hondo en el campo conceptual de la especialidad cuando propugnó la “comunicación alternativa para el desarrollo democrático”, con la que hizo tambalear la hasta entonces consagrada arquitectura del difusionismo, y cuando convocó a decir “adiós a Aristóteles” y a su modelo de transmisión y persuasión unilateral al tiempo que argumentó la necesidad de apuntalar una fórmula distinta que nombró como la “comunicación horizontal con acceso, diálogo y participación”, sintetizando en ella la energía democratizadora contenida en todo proceso de comunicación y, por tanto, inscribiendo a la comunicación en un espacio necesario de vigencia y ejercicio de derechos.

Don Luis Ramiro fue, pues, un adelantado, un visionario, un soñador, miembro clave del grupo de “francotiradores” de la utopía –como él solía decir refiriéndose a sus colegas de sueños libertarios Antonio Pasquali, Armand Matellart, Eliseo Verón y Juan Díaz Bordenave– que entre 1960 y 1970, las “décadas rebeldes”, trazaron la marca de origen del campo comunicacional latinoamericano, fruto de lo que él reconocía como la “búsqueda de un nosotros diferente”.

No es posible resumir la riqueza de su pensamiento y desempeño en unos breves minutos ni en unas cuantas páginas; sin embargo, creo que la cita de algunas de sus afirmaciones que voy a permitirme hacer a continuación puede resultar mínimamente ilustrativa de la fertilidad intelectual del Dr. Beltrán, así como de su orientación, su pertinencia y, por supuesto, su importancia para la actualidad.

Decía don Luis Ramiro:

El desarrollo nacional es un proceso dirigido y ampliamente participativo de profundo y acelerado cambio sociopolítico, orientado hacia la producción de cambios sustanciales en la economía, la tecnología, la ecología y la cultura general de un país, de tal manera que el avance de la mayoría de su población pueda obtenerse en condiciones de igualdad, dignidad, justicia y libertad general (1974).

La comunicación es el proceso de interacción social democrática que se basa sobre el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación.
Todos tienen el derecho a comunicarse con el fin de satisfacer sus necesidades de comunicación por medio del goce de los recursos de la comunicación.
Los seres humanos se comunican con múltiples propósitos. El principal no es el ejercicio de influencia sobre el comportamiento de los demás (1982).

(…) la comunicación no debe ser una herramienta para la irreverente manipulación de los seres humanos con el afán de satisfacer los intereses creados de unos pocos. Tampoco debe la comunicación emplearse para preservar una injusta estructura social; debe usársela para transformarla de manera que prevalezcan la justicia y la paz (1983).

La comunicación alternativa para el desarrollo democrático es la expansión y el equilibrio en el acceso de la gente al proceso de comunicación y en su participación en el mismo empleando los medios –masivos, interpersonales y mixtos– para asegurar, además del avance tecnológico y del bienestar material, la justicia social, la libertad para todos y el gobierno de la mayoría (2002).

El elemento definitorio de la democracia real que reclama el pueblo latinoamericano es la participación protagónica, sustantiva y constante de los ciudadanos en la adopción de las principales decisiones para el desempeño gubernamental. A diferencia de la democracia representativa, en la participativa no bastan los partidos políticos ni las elecciones periódicas o las consultas ocasionales.
(…) Una clave mayor para la instauración y vigencia de esa participación de los ciudadanos del común en el manejo de la cosa pública es, evidentemente, la comunicación. El pueblo tiene que ser escuchado para que pueda participar (2006).

Estas palabras descubren tanto el horizonte analítico como el proyecto histórico inmersos en el pensamiento beltraniano. En ellas resuenan insistentemente la aspiración de un mundo sin cosificaciones ni dominadores, el anhelo de la justicia y la participación social, como también la esperanza de que se pueda materializar una práctica comunicacional humanizadora con los medios y más allá de ellos.

En su propia versión, preguntado en 2007 acerca de lo más significativo de su producción académica, manifestó lo siguiente:

Más que indicar de pronto específicamente los títulos de ciertos documentos, señalo las áreas primordiales de mi contribución a la investigación innovadora: 1) denuncia del estado de incomunicación que padecía el pueblo en contraste con la minoría gobernante; 2) denuncia de la dominación interna y dependencia externa en materia de comunicación; 3) proposición del cambio de aquello por medio de Políticas Nacionales de Comunicación, probablemente mi principal aporte; 4) conceptualización del Nuevo Orden Internacional de la Información; 5) inventariación crítica de la investigación en comunicación en la región como hecha “con anteojeras” por basarse ciegamente en premisas, objetos y métodos foráneos; y 6) propuesta de bases para un modelo de comunicación “horizontal” en el sentido democrático.

Luis Ramiro Beltrán deja, pues, una vasta siembra intelectual a la que todos los estudiosos latinoamericanos de la comunicación están invitados a aproximarse con mente amplia y atenta. Su última gran aportación fue la apertura de una nueva línea investigativa, la de la comunicación precolonial y colonial en América Latina, que se plasmó en 2005 con la puesta en marcha del proyecto AMERIBCOM, Amerindia-Iberia-Comunicación, en el que tuve el privilegio de participar como subdirector junto a las colegas coautoras Karina Herrera Miller y Esperanza Pinto Sardón, al igual que al lado de un equipo altamente motivado de comunicólogos en formación que articuló el Centro Interdisciplinario Boliviano de Estudios de la Comunicación en La Paz.

AMERIBCOM completó su primera fase hasta 2008, cuando salió a luz el libro La comunicación antes de Colón. La investigación en que se basó estuvo guiada por dos premisas fundamentales: primera, que los pueblos precolombinos habían desarrollado diferentes tipos y formas de comunicación antes de la llegada de los conquistadores y, segunda, que era indispensable comenzar a enfrentar la concepción eurocéntrica de la historia comunicacional que de modo reiterativo encuentra el principio de todo en la combinación exclusiva de escritura alfabética con imprenta de tipos móviles.

La segunda etapa, que debía trabajar sobre el curso y las características de la comunicación luego del arribo de Colón al “Nuevo Mundo”, no pudo ser iniciada y queda como uno de los encargos que nos heredó don Luis Ramiro. De todas maneras, tengo el agrado de anunciar que este libro, La comunicación antes de Colón, estará disponible en la web dentro de pocas semanas a fin de que todos los investigadores y estudiantes de Comunicación interesados puedan acercarse a su contenido.

Pero hay otras dos tareas que el Dr. Beltrán ya no pudo llevar a término: una, la publicación del libro El subteniente y la promesa, dedicado a narrar la vida de su padre Luis Humberto, quien falleció en la batalla de Alihuatá en la guerra que enfrentó a Bolivia con Paraguay, obra que aunque la comenzó a preparar no consiguió desarrollar; y la otra, el estudio sobre la dimensión comunicacional de la Malinche, aquella mujer nahua que además de hablar el náhuatl y el maya aprendió el castellano y fungió como intérprete de Hernán Cortés, el conquistador de México, convirtiéndose en madre de un hijo suyo. Más allá de que ciertas visiones conservadoras cuestionen el papel histórico de la Malinche, acusándola de traidora, don Luis Ramiro consideraba que ella había representado un hito precursor en materia de comunicación intercultural y también de las luchas de género y por el reconocimiento de los excluidos en tiempos de la conquista y la colonia.

En consecuencia, vistas sus preocupaciones y propuestas, es posible afirmar que Beltrán echó las bases no solamente para el pensamiento comunicacional crítico en América Latina y para que éste pudiese influir en el nivel de las políticas públicas sino, asimismo, para llevar adelante un programa de investigación orientado a renovar las matrices cognitivas de la especialidad desafiando los convencionalismos de la academia dominante y oteando el presente y la historia regionales desde otra perspectiva, la de la Latinoamérica subalternizada.

A este respecto, en 1976 avizoró la configuración de una Comunicología de Liberación bajo el cobijo de una sociología del cambio social y una psicología del inconformismo, la cual se animó a decir que lograría “una conciliación programática y libre de dogma entre la lúcida intuición y la medición valedera”.

En mi entender de aprendiz de beltranólogo este es un planteamiento medular ya que compendia las diferentes aristas de las reflexiones, conclusiones y propuestas de don Luis Ramiro, además de que concierne al conjunto del hecho comunicacional, esto es, a sus componentes epistemológico, ontológico, teórico y metodológico-práctico.

Desde este punto de vista, la Comunicología de Liberación comporta al menos seis grandes retos de índole emancipatoria:

1.El establecimiento de un espacio propio para la Comunicación en el universo del conocimiento de lo social, no como ciencia o disciplina sino más bien como una mirada específica, especializada, sobre la realidad socio-político-cultural, que permita la incorporación de la Comunicología en dicho universo.
2.La des-mediatización del concepto de comunicación que desde los inicios del trabajo académico acerca de la materia se halla sujeto a la visión medio-lógica que enfatiza el sentido unidireccional del proceso de transmisión y que, por tanto, legitima la preponderancia del emisor, generalmente institucionalizado, sobre el receptor, generalmente masivo. Conviene entender lo medio-lógico (con guión) en dos niveles: el de la focalización del interés de los estudios en lo mass-mediático y el del carácter parcial de tal aproximación que sólo da cuenta de una faceta del hecho comunicacional, la tecnológicamente mediada que, por tanto, expresa una lógica explicativa incompleta, “a medias”.
3.La consiguiente necesidad de recuperar la circularidad y la integralidad del proceso comunicacional, en el concepto y en la praxis, de modo que ello presuponga el reconocimiento efectivo de la otredad y el ejercicio real de los derechos que ésta conlleva.
4.La restitución del sentido antropológico y social del proceso de la comunicación que las teorizaciones prevalecientes sustituyen por otro de carácter tecnologista, que simplemente lo mantienen en la opacidad o lo disuelven en la nebulosa más general de toda la cultura.
5.La revuelta epistemológico-teórica para conquistar la des-occidentalización de la Comunicación como campo de estudio, esto es, para comprenderla más allá de los constreñimientos de la Modernidad y su racionalidad instrumentalizadora, dinámica que hoy es posible impulsar desde los márgenes abiertos por el pensamiento decolonial.
6.La actualización del vínculo entre procesos de comunicación y movimientos por la liberación social en pro de una radicalización democrática que promueva la convivencia digna y en la mayor concordia posible con el entorno natural.

Por tanto, la Comunicología de Liberación implica básicamente la liberación del campo de estudios comunicacional, la liberación de los procesos sociales prácticos de (inter)relación significante y la liberación de la persona humana con la comunicación.

Luis Ramiro Beltrán alimentó con su labor intelectual y profesional de poco más de medio siglo todos esos potenciales que hoy América Latina está otra vez en necesidad y tal vez en condiciones de convertir en hechos.

Por ello, su pensamiento sobre la comunicación en tanto campo de conocimiento y como ámbito de acción también fue, es y continuará siendo referencial, canónico, ya que tuvo y tiene la suficiente fuerza como para organizar el territorio teórico en función de un proyecto histórico que incluye una interpretación del pasado a la par que un diseño de una sociedad deseable junto al de una comunicación posible.

Desde mi convicción beltranista y como seguidor de su ideario, es decir, como beltraniano, creo que se podría definir a don Luis Ramiro como un “gigante generoso”, un gigante latinoamericano y latinoamericanista sobre cuyos hombros podemos pararnos para extender nuestros horizontes de inteligibilidad y compromiso, pero un gigante que se distinguió siempre por su inmensa benevolencia para compartir sus saberes, esperanzas y energía.

Ese es un legado que, sin duda, debiera ser nuestro norte.

Muchas gracias.

Fuentes consultadas

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